“La literatura puede ser la expresión de un paisaje mental”

Idartes – El escritor Jesús Paternina habla sobre Cenizas de Costa Verde, su primera novela.

“No era vanidosa. Siempre tuvo un juego de cremas en el tocador: limpiadora de cutis, contorno de ojos, antiarrugas. Una amiga le iluminaba el cabello cada treintaiuno de diciembre o el día previo a su cumpleaños. Combinaba la ropa para que nada opacara los visos esmeraldas de sus ojos. Nada de eso era vanidad. El esmero en su apariencia hacía eco a su belleza interior. Lo de adentro como lo de afuera. Podría parecer algo contradictorio, pero quién no lo es”.

Así empieza Cenizas de Costa Verde (Resplandor Editorial, 2020), la primera novela de Jesús Paternina Durán, quien ha sido becario de los Talleres Distritales de Novela y Crónica del Instituto Distrital de las Artes – Idartes

Además, el autor —quien también es ingeniero de telecomunicaciones— en 2018 fue finalista del Premio Distrital de Cuento Ciudad de Bogotá y, en 2020, finalista del Premio Distrital de Crónica Ciudad de Bogotá, ambos estímulos del Idartes.

Sobre la novela, el escritor Óscar Godoy Barbosa ha dicho: “Desde la voz de Maria Angélica, una muchacha nacida cerca del mar Caribe, Cenizas de Costa Verde relata, con delicadeza y acierto, la odisea de una de tantas familias humildes colombianas que emigran a Bogotá en busca de una vida mejor, y lo que encuentran es el desencanto y la pérdida. Con gran sensibilidad y dominio de los recursos narrativos, el autor da vida a personajes vigorosos e inolvidables, a atmósferas cautivantes y a una historia en la que, detrás del dolor y la tristeza, asoma una luz de esperanza”.

Aparte de escritor, usted también es ingeniero. ¿Cómo se concilian estos dos oficios?

Todo mi andamiaje académico ha estado por los lados de la ingeniería de telecomunicaciones. Ahora bien, siempre hubo indicios de que la literatura también podía estar en mi vida. Se trataba sobre todo de lecturas que me emocionaban, que me tocaban las fibras.

Por otro lado, se tiende a relacionar la gramática con las matemáticas. En ambos casos se necesita precisión. Por ejemplo, en términos muy sencillos, la ingeniería se pregunta por cómo una máquina puede responder a cierto estímulo para llegar a una solución. En la creación literaria también hay herramientas y objetivos o intenciones. No obstante, los autores pueden tener una intención, pero siempre sucederá que los lectores llevan más allá los textos y los enriquecen con interpretaciones en las que influyen sus historias de vida.

¿Cuáles fueron esas lecturas que menciona?

Nombro a algunas en Cenizas de Costa Verde. Si hay un libro que se destaca es Cien años de soledad. Vivo agradecido por ese libro: me movió fibras de manera telúrica y me llevó a explorar a los autores del boom y de ahí a sus influencias. El Quijote es otro libro muy importante para mí: 400 años después sigue pareciendo tan novedoso, tan rico. Para esta novela, autoras como Pilar Quintana y Margarita García Robayo son  influencias que se sumaron a esa chispa que uno trata de mantener en un proceso creativo.

En sus palabras, ¿de qué trata Cenizas de Costa Verde?

Es una novela en la que se explora la vida, las decisiones, la resiliencia. El personaje principal viaja a través de sus recuerdos y sobre cómo estos influyen en lo que elige como futuro: reflexiona constantemente sobre si decide dejarse vencer por distintos obstáculos o intentar superarlos. Esa es la pregunta clave: ¿qué es lo que nos lleva a seguir adelante?

Bogotá es un personaje más de la novela. ¿Qué características tiene?

Es una pieza de engranaje, por así decirlo. El libro muestra diferentes conflictos, incluido el contraste entre la región Caribe y la ciudad. También fue la oportunidad para hablar de los lugares que frecuento y otros que están en mi memoria: ahí aparece cierta inocencia. Bogotá es el punto de partida y de llegada, y, en el medio, el personaje principal reflexiona sobre lo que ha pasado y lo que ha cambiado en su vida, en su entorno, en su interior: las situaciones que lo llevan a ese punto de poder mirar para atrás y mirar para adelante, y preguntarse: ¿cómo llegué hasta acá?, ¿qué estoy haciendo? Ahí la literatura es la mejor forma de expresar ese paisaje mental con todos sus matices.

¿Cómo fue su proceso creativo con esta novela?

Creo que todo empezó con la relectura de Cien años de soledad. La leí y me pregunté: ¿qué se necesita para que yo pueda hacer sentir en otros esto que estoy sintiendo con esta novela, con este artefacto? Cambié de chip. Logré una mención en un concurso de crónica a pesar de ser autodidacta y decidí ir a otro nivel. En 2017 me inscribí en el Taller Local de Escritura Creativa – Antonio Nariño de Idartes y fue impresionante. Ahí se enfocaron los diferentes géneros: crónica, novela, cuento, poesía. Los ejercicios eran retos: métase en la cabeza de su mamá y cuente cómo ella hablaría sobre un partido de fútbol o lo que piensa mientras se arregla en un espejo. Fue otro cambio de chip. Ese taller fue el detonante para que decidiera volver a la universidad, solo que ahora a estudiar literatura.

No ha sido algo de un día para otro…

Un año después entré al Taller Distrital de Novela de Idartes con el proyecto de Cenizas de Costa Verde. La novela empezó a tomar forma: tenía una idea y ahí encontré más herramientas. También he estado en talleres de Idartes de crónica, de corrección de estilo y así poco a poco logré terminar la novela, claro, gracias a los distintos maestros. Pilar Quintana fue una de las invitadas a uno de los talleres: leerla fue otro cambio de chip y luego, preguntarle todo sobre La perra, otro más. Estoy muy agradecido. De hecho, diría que estoy convencido de que es un deber de los ciudadanos aprovechar todo esto que las entidades distritales, en este caso Idartes, ponen a nuestra disposición.

¿Por qué seguir contando historias?

Es una necesidad. Es una urgencia por traducir una visión. Si veo algo de mi entorno que me cautiva o que me duela, siento la necesidad de explorarlo, de sentarme a hablar de eso. Como lector, intentó que lo que escribo también me agrade. Escribir no es una cosa de un día para otro. Ha sido un proceso, un paso a paso, una tuerca, un tornillo, una arandela a la vez, un panorama que con cada minuto se vuelve más amplio.

Por Juan José Cuéllar

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